«Era extraordinaria la capacidad que Peter Walsh tenía para ponerla en este estado por el solo medio de acudir y quedarse en un rincón. La inducía a verse a sí misma, exagerada. Era idiota. Pero, entonces, ¿por qué acudía simplemente a criticar? ¿Por qué siempre tomaba, sin dar nada? Por qué no arriesgarse a exponer el propio punto de vista? Ahora, Peter Walsh se alejaba y Clarissa tenía que hablarle. Pero no, no tendría oportunidad. La vida era eso, humillación, renuncia.»
Hay libros que hablan (te hablan, a ti, en segunda persona), que te transportan.
Este, en concreto, es un darle la vuelta al mismo tema; a aquello que conforma la personalidad y la vida de Clarissa, pero es el torrente de pensamientos que nos lleva del pasado al presente al pasado y al presente en ráfagas lo que le otorga al libro una claridad muy distintiva. Es un libro que me ha hecho ir de atrás adelante, recordando y rebuscando; ha resultado casi un juego de escondite, pues en numerosas ocasiones he regresado a encontrar esas mismas frases y esas mismas ideas aqui y allá hasta darme cuenta de que la Clarissa del pasado y la del presente se rigen por las mismas leyes, aunque hayan cambiado de forma.
Llevo años subrayando y anotando mis libros, pues es un ejercicio de interacción con la obra y su actor con el que me siento más cercana a la historia. Lo considero un ejercicio básico para una lectura más satisfactoria. En pocas ocasiones, un libro me ha hecho querer sacar tanto, querer marcar tanto. Es mío, este libro, estos sentimientos, estas frases. Son para mí. Las escribieron para que yo las leyese y yo no solo las leo, sino que las acepto y las tomo y las hago mías.
La señora Dalloway es el anhelo marchito que revive por accidente; la renuncia en actos, que no en pensamientos; la inacción consumida por un deseo perdido; la humillación del ser frente a aquel que te percibe con ojos que desnudan el alma, oportunidades al viento, pasadas, en el pueblo de veraneo y los años de juventud. Está la muerte acechante, esperando en cada cruce de una calle o en el alféizar de una ventana; los sentimientos de tristeza y alivio y espanto y satisfacción (porque no eres tú) ante una pérdida que pesaba; la capacidad de rectitud de cada individuo; los fallos que guardamos clavados en el alma (los casis, los y sis, los nuncas).
Es P͟e͟t͟e͟r͟ «Eso hizo a Peter pensar en Clarissa, pero no estaba enamorado»; y P͟e͟t͟e͟r͟ «Peter no hizo más que pensar en Clarissa; uno no podía enamorarse dos veces».
Es C͟l͟a͟r͟i͟s͟s͟a͟ «Pero, ¿quién era Peter para afirmar que la vida es coser y cantar? Peter, siempre enamorado de la mujer de quien no debía enamorarse»; y C͟l͟a͟r͟i͟s͟s͟a͟ «Clarissa tuvo que romper con él ya que, de lo contrario, habrían quedado ambos aniquilados, destruidos. A pesar de lo cual Clarissa lo había llevado durante años clavado en el corazón».
Es R͟i͟c͟h͟a͟r͟d͟ «Cruzaba el parque, camino a decirle a su esposa que la amaba, lo diría con esas mismas palabras. Porque es una lástima muy grande no decir lo que uno siente, pensó»; y R͟i͟c͟h͟a͟r͟d͟ «Richard no consiguió decirle que la amaba, no con esas palabras. Le cogió la mano. La felicidad es esto, pensó».
Ha sido una lectura tan sensorial y emocional que casi siento que formo parte del grupo de amigos en Bourton en ese (esos) verano(s) en el (los) que Clarissa rechazó a Peter aunque lo amaba o precisamente porque lo amaba y en el que Peter supo que Clarissa se casaría con Richard gracias a una visión irrefutable y en el que Sally besó a Clarissa, causándole el mayor momento de felicidad de su vida. Casi siento que todo esto Clarissa (y Peter) me lo haya contado mirándome a los ojos.
Tarde o temprano voy a necesitar volver al comienzo de todo porque ahí está Clarissa y ahí está Peter y ahí está Sally y ahí todavía no están las flores de Richard; las del «te quiero» cobarde e incapaz. Regresaré a un corazón que palpitaba al son de la costumbre y que se ha visto atormentado, de pronto, por el sonido del timbre en la puerta, por sus recuerdos incompletos del pasado. A la hecatombe en el pecho de una mujer que sabe que ha perdido a su esposo, aunque se afane por aferrarlo a ella y a la solidez de lo juicioso y terrenal y lo vivoyreal. Retomaré el texto (pero uno nuevo, en blanco, porque siento que necesito resubrayarlo, así que me compraré una copia nueva) y lo volveré a introducir en mi ser.
Están esas historias que disfrutas como lector, y luego están esas historias que sientes que te pertenecen, que están arraigadas a tu ser, a tu núcleo, a aquello que crees que te conforma como persona. Hay cierta esencia en la esencia de Clarissa y de la novela que está atada a mí por un hilo invisible, pues me resulta(n) muy íntimas y personales.
Quiero acabar con estas citas, pues lo que Peter y Clarissa me han hecho no tiene precedente. Esta ni siquiera es una historia de amor, no como tal, pero lo es; de desamor, de casiamor, de nuncaamor. De amor, en su estado más puro, y en su forma más simple. ¿Por qué todo amor siempre debe culminar en lo romántico y carnal? ¿Por qué da la impresión de que son esas historias las que más se graban en la mente colectiva? No es cierto. Al menos, no lo es para mí. Esta es la más bella y triste historia de amor que he leído, y no puedo sino recrearme en las capas y capas de sentimientos que ambos levantan, como el polvo, cuando desentierran sus recuerdos, y que inhalo y de los cuales, inevitablemente, me contagio.
«Recordando su larga amistad de casi treinta años con Clarissa, su teoría resultaba válida. A pesar de que sus encuentros fueron breves, fragmentados y a menudo penosos, el efecto de los mismos en su vida era inconmensurable. Había cierto misterio en ello. Uno recibía una semilla, aguda, cortante, incómoda, que era el encuentro en sí; pero en la ausencia, en los más improbables lugares, la semilla florecía. De esta manera, regresaba Clarissa a él. Clarissa había ejercido en él más influencia que cualquier otra persona, entre todas las que había conocido. La veía casi siempre en el campo, no en Londres. Una escena tras otra, en Bourton… La veía casi siempre en Bourton…».
«Recordaba escena tras escena, en Bourton. Pero parecía que ella y Peter llevaran siglos y siglos lejos el uno del otro. Sin embargo, a Clarissa se le ocurría pensar, ¿qué diría Peter si estuviera conmigo? Ciertos días, ciertas imágenes le devolvían a Peter con paz.»
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