«¡Dios mío!, es algo tan liso una vida, es nítido, cuando todo va bien se desliza fácilmente. Y basta con un tropiezo. Se descubre que es opaca, que no se sabe nada de nadie, ni de sí mismo ni de los otros: lo que son, lo que piensan, lo que hacen, cómo nos ven».
A veces pienso en la rectitud con la que se conducen ciertas personas, estén o no «rotas» por dentro, y cómo, a simple vista, nunca sabremos tal hecho.
“Everyone you meet is fighting a battle you know nothing about. Be kind. Always” es una de las citas más universales y celebradas, y siempre me ha parecido muy acertada. Al comienzo del libro, es obvio que la única que pelea una batalla en esta historia es Monique: la esposa abandonada por su marido infiel. Se nos coloca en su bando y, prácticamente, se nos pone una espada en la mano para que la defendamos. Sabemos no solo quién nos va a contar su historia (una narración subjetiva, un punto de vista; podríamos decir que, incluso, una narradora no fiable; sin ánimo de desacreditar la tragedia de cualquier mujer que se haya visto pasada por encima por un hombre, no, la crítica no va por ahí), sino también hacia quién debemos simpatizar.
Beauvoir le da un giro magistral al final, a escasas páginas del desenlace, cuando ya hemos caído tan bajo que para ver el suelo no nos queda otra que alzar alta la vista. Todos peleamos nuestras propias batallas, todos tenemos nuestro punto de vista, todos estamos constantemente remando contra el oleaje y todos queremos ser felices.
Es la hija de la propia Monique, quien, para mí, alude a la clave de toda esta historia:
«No te parece que se ha conducido como un canalla?»
«Francamente, no. Seguro que se hace ilusiones respecto a esa tipa. Es un ingenuo. Pero no un cochino».
«Piensas que tiene derecho a sacrificarme?»
«Evidentemente, es duro para ti. Pero ¿por qué debería sacrificarse él? En cuanto a mí, sé bien que no me sacrificaría por nadie».
Prestidigitación, narración, lo que yo, en concreto, saco.
Y es que con este escueto y redondo intercambio se plantea un debate interesantísimo sobre lo que es justo o no en la fidelidad y el amor en las relaciones. ¿Se es egoísta por dejar de amar, por amar a una segunda persona, por continuar amando y buscar esa reciprocidad? El sacrificio, el respeto, el derecho que se tiene sobre alguien en una relación, los límites entre la loca posesión y la humillación, y la fina línea entre cruzar a cada lado. ¿Qué derecho se tiene sobre una persona en una relación? ¿Existe un acuerdo tácito o se debe establecer un manifiesto por escrito? ¿Se puede tener un deber sobre otra persona, o es amoral, incluso en una relación consensuada? ¿Es el amor el todo de la vida y debemos basar nuestra felicidad en base a este o es solo un pilar? ¿Puede destrozarnos tan profundamente el abandono de otro y llevarnos a la perdición más absoluta?
Pienso también en El cuarto de Giovanni, Los días del abandono y otros libros similares: la alusión a estos romances tortuosos y sus consecuentes abandonos, las heridas que abren en el alma; algunas de muerte, incluso.
Te quedas sola, te abandonan y piensas, indudablemente, que la culpa es tuya. No, es del otro. No, es de esa tercera persona. ¿Dónde está la culpa y existe de veras? ¿Hay una diferencia entre hacer bien o mal las cosas? ¿Cambia algo el hecho de que haya amor o solo haya sido sexo? ¿Se tiene en cuenta la premeditación de una traición repetida en el tiempo frente a la espontaneidad de un impulso; un deseo pasajero o una pasión que ebulle a fuego lento? ¿Difiere el daño si asumimos que existen niveles, escalones, a los que atribuir más conocimiento, más maldad, más privación, más… lo que sea? O… ¿el acto es el acto? Hay una culpa indudablemente asociada al acto que sega la relación; luego hay un porqué de ese acto, una capa por detrás. ¿Acaso cambia el medio o la forma los motivos y las consecuencias? La frivolidad, la impersonalidad, la deshumanización corrompen todavía más un acto inmoral. ¿Dónde queda la virtud; la rectitud?
Por supuesto, la complejidad del debate sobre la culpa y la moralidad en una traición da para un trabajo de opinión en sí mismo, pues hay que atender a diversos factores, como la ideología y la concepción de la relaciones desde un punto de vista religioso o hegemónico o heteropatriarcal, etcétera. Sí, hay una falta; también un engaño y una traición. Las reglas para Monique eran unas y estaban claras y su marido las quebró. El hombre en el que ella había puesto su confianza y su amor la ha sustituido por otra; y eso, en su relación, marca un jaque mate.
Pero de la misma manera que ella lo culpa por las grietas que cada vez más la desgarran y la convierten en una mujer rota, ¿por qué no culparse a sí misma por su insistencia en reconquistarlo, su perseverancia por reanimar el cadáver de un amor, su fe en que la otra será pasajera? ¿Hay tanto egoísmo en unas acciones como en las otras o podemos restarle culpa a la «víctima» por los emprendimientos con los que se afana tras esa traición? Todo esto no es más que una cadena de sucesos desafortunados. Personas queriendo vivir su vida. A su manera. ¿Cuánto egoísmo se oculta bajo la felicidad propia?
Admito que me ha sido muy complejo mantenerme al pie del cañón con Monique por estos mismos motivos (¿por qué, por qué anteponerlo a él antes que a ella misma, por qué dejarse romper?, ¿vale más la pena el amor de otro que el propio?, ¿es justo para nosotras mismas otorgarle tantísimo valor a otra persona, a un hombre, hasta el punto de que de ella dependa nuestro bienestar?, pero ¿te puedes querer si nadie te quiere? Sí, por supuesto, sí y mil veces sí), pero, al final, el libro habla de una vivencia universal y de lo profundo y difícil de los sentimientos humanos, los que duelen y los que sanan (¿los hay, siquiera?).
«Yo creía en las parejas porque creía en la nuestra».
La resistencia de la autoestima. La capacidad de abandono, hacia el otro y hacia uno mismo, también me resultan esenciales en esta obra. La identidad de cada uno y cómo esta se moldea dentro de una relación, las metamorfosis que suceden cuando tú eres tú con otra persona y las consecuencias de que el otro se aleje, se vaya. ¿Existen versiones de nosotros mismos diferentes con cada persona o tenemos una personalidad firme y única? Nuestro ser demuda con el amor que otros le aportan, lo que también provoca que nuestra felicidad oscile de lado a lado. La fortaleza emocional de un corazón roto no depende proporcionalmente de la cantidad de amor perdido ni del tipo de afrenta causada ni de la capacidad de uno de sobreponerse a estos. La pérdida del otro genera un vacío existencial, la falta de este le resta importancia al yo, destruye el valor personal más absoluto. Si nos medimos por el amor que proviene de fuera, no tenemos control ninguno sobre nuestro ser. ¿Por qué y qué nos causa tanto dolor de ese rechazo u olvido del amor de otro; es la pérdida de su compañía o la parte de nosotros (de nuestro pasado, presente y futuro) que se llevan con ellos?
De nuevo, a veces pienso en la rectitud con la que se conducen ciertas personas y si esa rectitud no es más que una capa, una máscara de tantas. Es su yo total y completo o solo una parte. Podemos asociar este pensamiento a la paradoja del barco de Teseo y la multiplicidad de un individuo después de que, rotas o reemplazadas todas sus partes, continúe siendo el mismo o, por contra, un mero reflejo de lo que fue; una creación nueva o la misma, vista desde ángulos distintos.
Aun así, algo «roto» sigue siendo algo en sí mismo, sigue siendo.
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